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Alpe d’Huez

Más allá de la Megavalanche

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Más allá de la Megavalanche

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27/09/2021

Texto: Dan Milner / Fotos: Dan Milner



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Ya no hay rastro del caos que es la Megavalanche, con el incansable subir y bajar de teleféricos y el estruendoso zumbido de los helicópteros sobrevolando la zona, ni el tsunami de cascos integrales descendiendo por el glaciar. En cambio, solo hay silencio, soledad y calma. Hay vida más allá de la Megavalanche.

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Hay varias formas de verbalizar el miedo. En un extremo puedes decir simplemente "tengo miedo" y en el otro puedes hablar de “cagarte encima”. Kieran Page eligió esta última opción. Sentado en la ladera de una montaña nevada, con la adrenalina todavía corriendo por nuestras venas, intento empatizar con él. “Creo que el miedo es una respuesta saludable a lo que acabamos de hacer”, le digo, en parte intentando dejar la experiencia para más adelante y en parte admitiendo que yo también estaba asustado. Pero ahora no es el momento de reflexionar y analizar, eso puede venir más tarde, cuando tengamos las cervezas en las manos. Solo llevamos dos horas de un día en el que sospecho que vamos a estar pedaleando, empujando o cargando nuestras bicicletas de sol a sol.

Pedaleamos por una senda de tierra nevada hacia el Col de Couard, de 2.234 metros . de altura, una ventana natural que se asoma a una pared de escarpadas montañas. Implacables. Quiero llegar a este paso, no solo porque nos llevará a una ladera orientada al sur y con ello a la perspectiva de un camino libre de nieve para los cuatrocientos metros de subida que nos quedan, sino también porque llegar a este paso significa que hemos escapado de uno de los caminos más aterradores por los que he “arrastrado” una bicicleta.

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Enterrado bajo nieve dura de una semana y con varios neveros que cruzar, el sendero que acabamos de recorrer cruza una cornisa alta y muy aérea en una ladera casi vertical. La travesía ofrecía muchos momentos para mirar directamente a la cara a la muerte… y cien más para sentir su cálido aliento en nuestros cogotes mientras avanzábamos de puntillas. Pero estoy seguro de que no soy el primero en sentir miedo en esta montaña, hogar de la legendaria Megavalanche.

"La Meca europea"

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La Megavalanche de Alpe d'Huez está considerada popularmente como una de las carreras de descenso más duras del planeta… y con razón. Con una línea de salida situada en lo alto de un glaciar, una línea de meta a más de dos kilómetros verticales por debajo, y el espacio entre ambas repleto de rock gardens y curvas con raíces, pocas bicis y corredores salen totalmente ilesos de la Megavalanche. Por eso sé que es muy improbable que una de sus placas de dorsal adorne alguna vez mi manillar. Me encanta recorrer senderos, pero cuando lo hago no quiero tener que luchar por mi trazada... o por mi vida.

Más allá de la masificación

He montado en el bike park de Alpe d'Huez suficientes veces para saber que sus pistas tienen un punto dulce único, que se encuentra entre el flow de los trazados hechos a máquina y las reacciones instantáneas que exigen los senderos naturales. Un rápido vistazo a un mapa revela una red de senderos naturales que se encuentra justo tras el bike park. ¿Quizá hay vida más allá del Megavalanche? Tal vez podríamos recorrer esta emblemática montaña sin el caos, la masificación y el crujido de componentes y extremidades…, me pregunté.

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Así es como me encuentro ahora con el biker británico Kieran Page y el francés Fred Horny en una búsqueda para encontrar nuestra propia "Mega alternativa", un evento con solo tres participantes y que esperábamos que tuviera un premio medido en metros de descenso en lugar de facturas de hospital. Nuestro plan consistía en pedalear dos días, cada uno de ellos desde un puerto de carretera vecino, y conectarlos por senderos naturales con algunas de las ofertas esculpidas por la máquina de Alpe d'Huez… El plan prometía una doble recompensa.

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Cuando llegamos al aparcamiento en la cima del Col de Sarenne, de 1.999 metros de altura, las montañas ya están iluminadas por los tonos del atardecer. Solo falta una hora para que anochezca, y con ella las temperaturas bajo cero. Nos ponemos las chaquetas nórdicas, nos tomamos una cerveza y nos sentamos en las sillas del campamento para aprovechar los últimos rayos del sol que se desvanece.

Alturas de 4 dígitos

Hacia el este, picos de 3.000 metros de altura con forma de aguja se abren paso a través de mantos de glaciares para apuñalar un cielo cada vez más lleno de color. Mientras, las sombras galopantes se tragan el sendero que recorreremos a la mañana siguiente. Entrecerramos los ojos para trazar su camino mientras sube a la cumbre de la Croix de Cassini. “Será un comienzo de día empinado, pero al menos no hay nieve”, digo, obviando la evidente variable de una larga lista de posibles incógnitas.

Buscando una ventana

A decir verdad, había planeado esta aventura para septiembre, justo después del cierre de los remontes de Alpe d'Huez pero lo suficientemente temprano como para que las pistas estuvieran todavía cubiertas de polvo y no de nieve. Pero 2020 no fue un buen año para hacer planes y noviembre se convirtió en nuestra única ventana.

Me pasé la semana pasada pegado a las cámaras web de Alpe d'Huez tratando de evaluar nuestras posibilidades de éxito a estas alturas del año en un sitio como los Alpes. Dormir en lo alto del paso de la carretera de la Sarenne nos daría una ventaja sobre cualquier desafío inesperado que nos planteara el primer día, aunque esto significara dormir a bajo cero.

Alpe d’Huez
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A la mañana siguiente, miro a través de las ventanas llenas de condensación de la furgoneta improvisada de Kieran, un minibús prestado al que le quitamos los asientos traseros. En el interior, Kieran y Fred siguen envueltos en sacos de dormir, retrasando en lo posible la inevitable realidad que adormece los dedos en el exterior. “Ha hecho mucho frío”, dice Kieran sobre su noche de insomnio mientras preparamos un té sobre la grava de un aparcamiento estéril y helado. Fred me lanza una mirada cómplice. Fred no es ajeno al frío.

Paisajes de en sueño

El sol apenas se asoma por una cresta cercana cuando comenzamos nuestra primera ruta. El esfuerzo para ascender 370 metros verticales hasta la cumbre de la Croix de Cassini vuelve a inyectar sangre en las extremidades entumecidas por el frío y, cuarenta y cinco minutos después, aparecemos en su cima rocosa bañada por el sol. Contemplamos un mar de picos escarpados que conspiran para ocultar nuestro destino del día, Bourg d' Oisans, a más de 1.600 m por debajo de nosotros.

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Una rápida bajada por una cresta persiguiendo un hilo de tierra de apenas 30 cm de ancho nos da la recompensa de endorfinas a nuestra primera subida. Atravesamos vastas laderas vacías alfombradas de hierba dorada antes de sumergirnos en los bosques otoñales, derrapando por las curvas enterradas en hojas resbaladizas. Y cuando llegamos a la carretera principal que sube a Alpe d'Huez, nos detenemos a tomar un café en una de sus muchas curvas legendarias. No puedo imaginar cuántos KOM de Strava se han disputado en esta clásica del Tour de Francia.

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Una empinada y comprometida serie de polvorientas curvas nos deja finalmente en el fondo de un valle que ya está atrapado en la sombra de los picos vecinos. El valle se siente espectacularmente frío y desafiante después de las horas que hemos pasado en lo alto bajo el cálido sol de hoy. Un tramo de diez minutos junto al helado río Romanche nos hace apreciar plenamente la calidez de nuestro alojamiento alquilado que nos espera: una vieja escuela del siglo XIX reconvertida en La Paute. Nos despojamos de las chaquetas y cogemos cervezas de la nevera para preparar el mapa y ver la aventura del día siguiente. La ausencia de nieve de hoy me da una falsa sensación de seguridad y, mientras trazo la travesía expuesta que nos espera mañana, digo: “Creo que no deberíamos tener problemas”. “Bueno, da igual, al menos esta noche hará calor”, ríe Fred.

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¡Zona empinada y peligrosa!

Las sonrisas se evaporan pronto a la mañana siguiente cuando nos encontramos con un cartel que advierte “¡Zona empinada y peligrosa! No intentar con mal tiempo”. Solo ha pasado media hora desde que nos trasladaron al Col du Sabot, nuestro punto de partida a 2.130 metros de altura, y ahora nos encontramos con una decisión incómoda. Bajar por el sendero helado y cubierto de nieve que hemos seguido hasta este punto sería probablemente más peligroso que continuar, así que seguimos adelante, hacia innumerables momentos de tensión e, inevitablemente, hacia esa charla sobre ensuciar los calzoncillos...

Parcheado blanco

Pasamos el Col du Couard, decepcionados por no encontrar la pista sin nieve que esperábamos, y seguimos adelante pasando por una serie de lagos cada vez más helados. Pasamos por encima de la nieve y luego por más nieve, antes de pedalear por un lago blanco completamente congelado, con los sentidos agudizados por cualquier sonido que se produjera bajo nuestros neumáticos: tres ciclistas de montaña probando momentáneamente el aterrador mundo de los exploradores del Ártico…

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Este es un planeta diferente al paisaje sin nieve del día anterior desde la Sarenne, y para cuando llegamos a nuestro punto más alto, a 2.700 metros de altitud, la novedad de llevar las bicicletas sobre la nieve hace tiempo que se había agotado. Hemos tardado cinco horas en reclamar nuestro premio: un descenso de dos mil metros hasta Bourg d' Oisans. Es un premio construido de rock gardens y peraltes usurpados al bike park, de amplias laderas abiertas que centellean con la luz de las horas doradas y de los ahora desnudos bosques de hayas que se deslizan hacia el azul del crepúsculo, de nieve y polvo… y de profundas capas de hojas secas.

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Lanzarse desde nuestra improvisada línea de salida con la nieve bajo los neumáticos es probablemente la única coincidencia que nuestra aventura tiene con la Megavalanche oficial. No hay rastro del caos que es la Mega, con el incansable subir y bajar de teleféricos y el estruendoso zumbido de los helicópteros sobrevolando la zona. Hoy no hay bocinazo de salida, ni el icónica y escalofriante cuenta atrás. No hay un tsunami de cascos integrales que descienda en maraña por un glaciar hasta encontrarse con la roca desnuda. En cambio, solo hay silencio, soledad y calma. Miro a nuestro alrededor y solo veo senderos vacíos y una montaña vacía y tranquila. Y nosotros solo somos tres humildes ciclistas de montaña dispuestos a hacer malabares con los desafíos que presenta uno de los campos de batalla más emblemáticos y despiadados del mountain bike.

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Cómo y cuándo

Los remontes del bike park de Alpe d'Huez están abiertos desde principios de julio hasta principios de septiembre, y ofrece 260 km de senderos señalizados, incluidos los utilizados en la Megavalanche. El forfait de un día cuesta 18,50 euros. Consulta www.alpedhuez.com. La carrera Megavalanche se celebra a finales de julio. Otros senderos de travesía, como los que rodean el Col du Sabot y el Col de Sarenne, suelen poder recorrerse desde finales de junio hasta finales de octubre. El sendero del Lac Blanc al Col du Sabot se recorre mejor como descenso desde el bike park, pero ten cuidado: el sendero es muy estrecho y está muy expuesto. Desde el Col du Sabot se puede descender por otro sendero hasta Vaujany. Para poder ir de punto a punto desde los collados, utilizamos la empresa local www.alp-venture.com para que nos hicieran los traslados. También ofrecen traslados al aeropuerto. Nos alojamos en la antigua casa escuela, bellamente renovada, dirigida por www.cyclingascents.com, que ofrece alojamiento en régimen de autoservicio (a partir de 20 euros por persona) y de alojamiento y desayuno (a partir de 68 euros por persona).

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