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Reportaje especial: MTB en Ruanda

El sonido de un millón de palas

Reportaje especial: MTB en Ruanda

El sonido de un millón de palas

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29/07/2022

Texto: Dan Milner / Fotos: Dan Milner



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Uno de los símbolos de la actual Ruanda para dejar atrás el genocidio sufrido en la década de los 90 es el "Umuganda", un servicio obligatorio de ayuda a la comunidad y en comunidad que, entre otras cosas, se ha convertido en el equipo de construcción de senderos más grande del mundo.

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El elefante se acerca a nosotros. Tres mil kilos de carácter caminan a grandes zancadas por una pista polvorienta hacia nuestro jeep. Su estado de ánimo nos sugiere que le cedamos el paso. Impone. Mientras Pelden pone en marcha el motor del coche, me encuentro susurrando la frase de Jeff Goldblum de Parque Jurásico: “¡Debo ir más rápido, debo ir más rápido!”. Lo único que falta en este nuevo rodaje de Spielberg es la pegatina que advierte que "los objetos en el espejo están más cerca de lo que parecen".

Repito la frase cinco días después, mientras pedaleo por un sinuoso camino de tierra rodeado de niños que corren y ríen. “Debo ir más rápido”, murmuro, con un tono sofocado por el calor o por el agotamiento, o por ambos. En realidad, no tengo ninguna posibilidad de escapar de esta multitud de energía explosiva, y tampoco debería querer hacerlo. Son la Ruanda de hoy y una gran parte de lo que hemos venido a experimentar, lo único es que me gustaría tener su energía y resistencia. Pero no la tengo, al menos hoy.

Subiendo desde un frondoso valle fluvial asfixiado por la humedad, no me queda energía, así que miro fijamente mi rueda delantera y me rindo. Delante de mí oigo otra masa burbujeante de jóvenes que engullen a los otros “mzungos” (forasteros) blancos: Ludo May y Fred Horny. Una explosión de excitación aumenta con cada caballito que hacen los “mzungos”. Parece que a todo el mundo, esté donde esté, le gustan los payasos.

MTB en Ruanda: el sonido de un millón de palas
MTB en Ruanda: el sonido de un millón de palas

Nos reagrupamos a tiempo para descender por un sendero de suelo rojo vivo. Parece fluir a la perfección alrededor de los bordes de los campos verde esmeralda como agua oxidada que sale de una vieja tubería de hierro rota. A los pocos segundos de entrar, el calor, el sudor y la atención asfixiante son sustituidos por el aire fresco y la calma familiar de las curvas, y, de forma menos acogedora, por un lejano trueno procedente de una torre de nubes de color carbón, presagio de una tormenta vespertina.

Como ya hemos comprobado en alguna otra ocasión, la lluvia no tarda en convertir el polvo de ensueño de Ruanda en pistas de patinaje que acaban atascando las ruedas. Corremos para ponernos a cubierto bajo un cielo cada vez más oscuro: Ruanda no es otra cosa que un ataque a los sentidos.

Bombardeo para los sentidos

Este bombardeo sensorial constante procede de todos los aspectos de la vida ruandesa: de las multitudes que nos animan en los senderos, de las caóticas carreteras y los camiones que echan humo que encontramos en el camino, del paisaje de terrazas de cultivo, de las bicicletas de carga cargadas de plátanos, puertas o incluso máquinas de coser y de los intensos safaris para que los “blanquitos” vengamos a ver lo que queda de la fauna salvaje de África.

MTB en Ruanda: el sonido de un millón de palas
MTB en Ruanda: el sonido de un millón de palas

No me esperaba nada de esto, pero para ser sincero no sabía qué esperar del ciclismo de montaña en este pequeño país de África central. Mi ignorancia es quizá perdonable. Si buscas en Google ciclismo de montaña en Ruanda, es probable que se encuentre una historia de bikers haciendo bikepacking en el Congo-Nile Divide Trail, una ruta de ciclismo a lo largo del lago Kivu que se anuncia como la oferta de ciclismo de montaña de Ruanda, mezclando singletrack y pista.

O quizá puede que des con el resultado del proyecto benéfico de Tom Ritchey a mediados de la década del 2000 para utilizar la bicicleta para cargar y transportar el café, un proyecto que dio lugar al actual equipo nacional de ciclismo de carretera de Ruanda. Las menciones al ciclismo de carretera son escasas, pero si se busca en Google "Ruanda", la oscura historia del país inundará tristemente página tras página.

Dejar atrás el pasado

El trágico genocidio de Ruanda en 1994, cuyas semillas se sembraron en la ocupación colonial, perdió a toda una generación. Hoy en día, la edad media en Ruanda es de sólo 19 años, parte del legado de un capítulo que dejó al país desolado intentado lamer sus heridas y a los turistas buscando otros lugares donde gastar sus dólares. Veintiséis años después, Ruanda es un país pacífico y seguro, impulsado por un fuerte sentimiento de orgullo nacional, que atrae a 1,5 millones de turistas extranjeros al año.

La mayoría de estos visitantes vienen a ver leones o elefantes en el Parque Nacional de Agakera, en el este del país, o gorilas de montaña en las laderas de los volcanes Virunga, una cadena de picos escarpados de 4.000 metros de altura que se extiende a lo largo de la frontera con Uganda y la conflictiva República Democrática del Congo.

MTB en Ruanda: el sonido de un millón de palas
MTB en Ruanda: el sonido de un millón de palas

Mirando estas montañas, con cervezas de la marca Virunga en la mano, me encuentro con Ludo, Fred, Pelden Dorji y el guía ruandés Tyisenge Pilote Olivier, y observo cómo los relámpagos iluminan las siluetas cónicas de los volcanes en un cielo pintado de púrpura. Olivier, de 30 años, es de la cercana Musanze, una bulliciosa ciudad de llamativos hoteles de cristal, cafés expresos y galerías de arte a una hora al sur de nuestro espectáculo de rayos.

La ciudad es la puerta de entrada para los turistas que buscan gorilas y, como sede del Africa Cycling Rising Center (el cuartel general del equipo nacional de ciclismo), se ha convertido en el centro de atención de todo lo relacionado con la bicicleta en Ruanda. Pero el mountain bike se relaciona por aquí en gran medida con rutas por pistas de tierra, así Olivier confiesa que su hambre de senderos se ha despertado recientemente, tal y como se desprende de una misión de exploración para encontrar senderos adecuados para nuestro viaje. “Señor Dan, sólo quiero montar en singletrack. No más pistas”, sonríe. Es una ambición que debería resultar fácil para Olivier y su empresa de guías Ntakibazo-Tours: si hay algo que abunda en Ruanda son los senderos.

Pero los senderos que recorremos en Ruanda son mucho más que un patio de recreo para turistas, son el alma de sus pueblos rurales. El papel que desempeñan en la vida cotidiana significa que el mantenimiento de los senderos se toma muy en serio. Al descender del campamento de trekking “Beyond-the-Gorillas-Experience”, situado en la cima del monte Kabuye, a 2.640 m, descendemos en espiral a través de rockgardens cubiertos de musgo hacia la aldea de Mushube, un tetris ocre de casas de bloques de hormigón situadas entre eucaliptos.

Umuganda

Un poco más allá del pueblo, un equipo de unos treinta hombres maneja picos y palas para reparar la pista principal de acceso a su pueblo. A pesar de las afiladas herramientas, muchos van descalzos. Levantan la vista y se detienen cuando nos acercamos, sonriendo ante la comedia de “mzungos”, bicicletas y cascos y nuestros ambiciosos intentos de subir la empinada y suelta pista hacia ellos. “Esto es umuganda”, dice Olivier, explicando el trabajo comunitario obligatorio en todo el país que ocupa la última mañana de sábado de cada mes.

Olivier coge entonces una pala y ayuda a cavar. En cuestión de segundos, las herramientas han sustituido a los manillares en todo el grupo sin tiempo para quitarnos los cascos, con sonrisas y carcajadas por doquier. Y entonces suena una canción, un canto melódico que genera espíritu de equipo en lengua kinyarwanda, acompañado únicamente por el ruido de las palas contra las rocas.

Umuganda (que significa “unión en un propósito común”) es una de las políticas introducidas y aplicadas por el gobierno autoritario ruandés para ayudar a reunificar el país tras el genocidio. “No era tan popular cuando empezó”, dice Olivier, cuando le pregunto por este servicio obligatorio. “Pero ahora la gente quiere hacerlo para mejorar las cosas”, añade, como si el entusiasmo con el que los aldeanos están reparando la pista dañada por la tormenta no transmitiera ya un verdadero sentido de comunidad y trabajo en equipo.

MTB en Ruanda: el sonido de un millón de palas
MTB en Ruanda: el sonido de un millón de palas

Bajando por un estrecho sendero pronto encontramos otra cuadrilla de umuganda, esta vez reemplazando un puente arrastrado por las aguas de la tormenta cinco meses antes. Se han colocado largos postes de eucalipto para salvar un arroyo de cinco metros de profundidad que ha cortado el camino. Atravesamos los troncos recién colocados, con las bicicletas al hombro, entre los vítores de los aldeanos, mientras una mujer, que resulta ser la jefa del pueblo, graba la escena con su teléfono. “Gracias por visitarnos”, me dice en un inglés casi perfecto con una amplia sonrisa.

Salimos de nuestro segundo encuentro de umuganda dejando a los lugareños animados (Ludo se ha entretenido con unos cuantos manuals y bunny hops) y a nosotros con una nueva percepción de los senderos que estamos recorriendo. La umuganda se manifiesta como una variedad de acciones comunitarias en todo el país, desde la construcción de casas hasta la recogida de basura (Ruanda es visiblemente el país más limpio que he visitado).

El hecho de que el país haya formado de forma involuntaria el mayor grupo de constructores de senderos para bicicletas del mundo puede ser poco relevante para su población en lo que respecta al mountain bike en este momento, pero hace que sus colinas sean un destino de ciclismo de montaña perfecto para los visitantes y una fuente de ingresos para los lugareños cuando el negocio de guías de Olivier (Ntakibazo-Tours) despegue, que lo hará.

Si se miran las montañas aterrazadas de Ruanda, se verán innumerables sendas de umuganda. Serpentean entre los asentamientos de las laderas, suben a lo alto de los bosques y se sumergen en valles escarpados que se arremolinan con la niebla y el humo de la madera. Hay tantos senderos aquí que es difícil saber por dónde empezar, al menos sin el conocimiento local, que es donde entra Olivier.

Sin duda, el apetito de nuestro guía por el singletrack y su papel para ayudarnos a entender los entresijos de la vida ruandesa no tienen precio, pero los últimos senderos que exploramos en Burera, una zona remota que casi no ve turismo, son nuevos incluso para Olivier. El alojamiento turístico más cercano a estos senderos se encuentra en la diminuta y paradisíaca isla de Cyuza, situada al norte del lago Burera y a la que se llega en barco.  Allí acampamos durante cuatro noches, durmiendo en cómodas tiendas de safari levantadas bajo techos de paja.

Burera

Todas las mañanas cargamos nuestras bicicletas en una barca de fondo plano para trasladarnos a las suaves orillas de Burera, saboreamos estos veinte minutos de calma antes de que comience el caos. Pedalear entre arbustos de café, campos de frijoles y miradas curiosas nos lanza rápidamente a otro día agitado de nuevas experiencias y animadas interacciones que se verán enmarcadas por mil metros de descenso y puntuadas por el almuerzo en una colorida cafetería de la estación de autobuses entre el bullicio de la ciudad fronteriza de Butaro. Aquí veo pasar un camión de la policía que patrulla en busca de waraji (licor de plátano ilegal), que se introduce de contrabando desde la cercana Uganda. La escena podría ser tensa, pero resulta absorbente.

Recorremos grandes bucles por senderos de tierra roja y, para cuando volvemos a nuestro barco de recogida a última hora de la tarde, habremos acumulado un acompañamiento de niños excitados y adultos curiosos, todos alborotados por nuestra forma de montar en bicicleta. Nunca he visto un lugar con la gente tan entusiasmada, al menos a la altura de una carrera de DH de la Copa del Mundo. Y la energía es contagiosa, nos impulsa en las subidas, nos empuja a esprintar en los descensos y llena de risas cada parada del descanso.

MTB en Ruanda: el sonido de un millón de palas
MTB en Ruanda: el sonido de un millón de palas

Desde nuestra primera pedalada, la poco conocida Burera resulta ser una mina de oro del sendero. Los largos y sinuosos descensos se deslizan sin esfuerzo por las laderas de las montañas. Rápido y sin rumbo, es fácil dejarse llevar por una falsa sensación de que está todo bajo control… hasta que un riachuelo de un metro de ancho aparece de repente cruzando el camino delante de ti. Los tirones de emergencia de la rueda delantera y las ocasionales paradas para sortear obstáculos nos recuerdan que esto no es un bike park.

Sin embargo, a pesar de la escasez de ciclistas de montaña, Ruanda cuenta con una de las redes de senderos más extensas del mundo gracias a los esfuerzos del umuganda y del mayor equipo de senderos del mundo. Es probable que la actividad en los senderos compita con la búsqueda de gorilas o de elefantes como otra razón para visitar Ruanda, un pequeño país africano que se esfuerza por superar un pasado problemático.
Más tarde le pregunto a Olivier qué habían cantado los aldeanos en la primera umuganda que nos encontramos. "Lo construiremos nosotros, los hijos de este país, lo convertiremos en el paraíso, en el mundo entero", dice, sonriendo con orgullo.

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