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Líneas en la nieve

El arte de los senderos nevados

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El arte de los senderos nevados

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24/02/2021

Texto: Dan Milner / Fotos: Dan Milner



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Montar en bici por los senderos cubiertos de nieve es como un arte, un arte libre en el que dibujar tu trazada, a veces deslizante, en ocasiones crujiente, otras profunda… Pero siempre distinta. Libre.

Líneas en la nieve

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Me encuentro con mi compañero enredado con su bici semienterrado en la nieve. Es como si me hubiera encontrado con una obra extraña de arte contemporáneo. “Hay un peralte raro justo allí”, chilla Jez mientras se excusa para explicar por qué su cara ha quedado quedó enterrada en la nieve y sus brazos aparecen sujetando la bici por encima como su fuera un cangrejo. Un derrape se alargó más allá de la línea de nieve compacta y su rueda delantera se hundió hasta el eje.

Jez se levanta, se sacude la nieve y nos ponemos en marcha de nuevo. Por supuesto, echaremos la culpa a los “peraltes raros” unas cuantas veces más durante el resto de este descenso de 280 metros verticales.

Al igual que la improvisada instalación de arte-cyborg de Jez en el bosque, el hecho de montar sobre la nieve es una forma de arte única, al menos para mí, más humorística que seria, más Banksy que Goya. Pero da igual como se interprete, en los últimos años he tenido muchas oportunidades de garabatear mis líneas artísticas sobre la nieve.

Líneas en la nieve

Llamar a los Alpes mi hogar durante estos años ha significado ver cómo desaparecen cada invierno las hojas doradas de mis senderos otoñales favoritos bajo capas de manto blanco para no reaparecer hasta finales de marzo. Pueden pasar cuatro largos meses sin tocar la bicicleta, así que cuando llega el invierno me aferro a los restos de la dopamina que me queda en el cuerpo de los senderos hechos y al estado físico ganados con esfuerzo a lo largo del año.

Paso la resaca de Año Nuevo para enfrentarme a la inevitable derrota aplastante que significa encontrar el paisaje cubierto por un metro de nieve fresca en tan solo un par de semanas. Cuando llega la derrota, cambio la mountain bike por la tabla y, obediente, hago cola en los telesillas, al igual que miles de personas, durante los días de nieve en polvo para dar vueltas a una ladera que ahora no tiene senderos.

Tampoco puedo quejarme, por supuesto, pero no me importa cuánta nieve polvo haya, solo anhelo la simplicidad de pasar una pierna por encima de la bici y rodar directamente desde la puerta de mi casa hacia un sendero vacío en lugar de estresarme haciendo cola para ser el primero en las pistas. No necesito estrés en la montaña, el estrés y la montaña son dos cosas totalmente incompatibles.

Líneas en la nieve
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Pero este invierno han tomado la decisión por mí: los telesillas que atraviesan los imponentes Alpes franceses han permanecido inquietamente inactivos, cerrados como resultado de la pandemia, y es probable que permanezcan así durante todo el invierno. Para los habitantes de Chamonix se canceló el invierno, pero a la naturaleza nadie se lo dijo. La nieve cayó, y cayó un poco más, pero con los telesillas cerrados aproveché en esta ocasión el invierno con el compromiso de pasarlo sobre dos ruedas sin importar cuántas capas de nieve enterraran los senderos.

La primera capa

La primera capa de nieve llega temprano, emboscando nuestros senderos en noviembre. Tiene solo quince centímetros de profundidad, pero en lugar de pedalear, nos obliga a empujar nuestras bicis por una subida llena de raíces. La nieve también está siendo a la vez caritativa: en secreto me alegro de tener la excusa para hacer esta subida a pie. Solo dos semanas antes, este bosque de hayas era una obra maestra de colores otoñales, hoy, es un boceto al carboncillo en blanco y negro.

Esta vez sobre la nieve

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Tiempo atrás recorrimos este mismo recorrido, abriéndonos paso entre las raíces que asoman del suelo escalonadas como tablas de lavar y tomando polvorientas curvas en forma de S hasta el fondo del valle. Luego atravesamos montones de hojas caídas. Hoy dejamos una huella en la nieve a nuestro paso.

Nos alejamos de nuestro punto de partida convirtiendo el terreno virgen en pistas de slalom flanqueadas por robustos e implacables troncos de haya. El sendero es monótono, sus formas se enmascaran bajo la nieve, pero aún es perceptible su ruta serpenteante ladera abajo. Nos abrimos camino. La capa de nieve se vuelve más delgada con cada metro vertical que cae hasta que los neumáticos comienzan a tocar tierra y rocas debajo. Un mundo de tracción regresa. Para cuando llegamos al fondo del valle, volvemos a rodar sobre hojas y raíces, un terreno familiar para nuestros neumáticos de 2,4”.


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Líneas en la nieve
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2,4” no suena demasiado ancho, pero es un error pensar que la nieve es un dominio exclusivo de la fat bikes. Efectivamente, los neumáticos de 4 pulgadas son la herramienta definitiva para dominar lo blanco. Pero no puedo evitar pensar en la imagen de las fat bikes y las masoquistas aventuras de los corredores de la Iditabike o en los barbudos bike packers y cruzando lagos vastos y helados, que ha contribuido a formar en mí una idea errónea de este tipo de mountain bikes. Es el cuento del huevo y la gallina: los extremos de nuestro deporte, como las fat bikes y las singlespeed, ¿atraen a los inconformistas?... ¿O son los inconformistas los que crean esos extremos? Supongo que el mismo debate se desata sobre Qanon, pero aun así, la nieve es muy divertida de montar y el único debate debería ser: “¿cuánto te quieres divertir?”.

La naturaleza ataca primero

Me recuerdo a mí mismo toda esta retórica cuando estoy luchando contra la escarcha que empieza a congelar mis dedos a 10 grados bajo cero. Estamos a mediados de diciembre y pedaleamos por una pista nevada hacia el paso de la carretera Col de Montets, a 1.470 m de altura, a merced de un viento helador brutal. Observamos cómo cada remolino de viento y nieve se eleva galopando hacia nosotros y no podemos hacer otra cosa que apretar los dientes cada vez que esa masa de viento helado nos golpea, justo antes de reír a carcajadas cada vez que ocurre.

Líneas en la nieve

En la cima nos detenemos, a pesar de que estemos casi atrapados bajo las sombras congeladas en las empinadas laderas del valle. La vista desde aquí es demasiado buena como para no parar, así que miramos a través de un horizonte de picos irregulares que se elevan para tocar el gigante ondulado cubierto de hielo que es el Mont Blanc.

En primer plano podemos distinguir las pistas vacías de los Grands Montets, la zona de esquí más seria del valle, una zona que normalmente estaría inundadas de diminutas figuras, pero ahora está desprovista de toda vida visible. Sabemos que habrá al menos un puñado de esquiadores irreductibles recorriendo a pie los 1.000 metros o más hasta esa zona para bajar por las pistas del slalom gigante una y otra vez.

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Pero nuestra atención está en un conseguir premio más accesible. Nos alejamos de la carretera trazando un camino de raquetas de nieve que se eleva suavemente, nuestros neumáticos traseros se agarran bien gracias a sus 10 psi de presión. El tipo de presión que de otro modo causaría el fin de los días de una llanta. No ha nevado hace tiempo, pero parece que caerá más de manera inminente y creemos que esta pueda ser nuestra última oportunidad de salir de este collado espectacular, ventoso y susceptible a las avalanchas. Aquí ya hay un metro de nieve en el suelo, pero rodamos por el sendero marcado sobre una capa dura y suave a medida que nos abrimos camino hacia abajo, zigzagueando entre abedules doblados por las avalanchas pasadas.

Las avalanchas, o el riesgo de que se produzcan, son la razón principal por la que dejé de documentar el snowboard en la gran montaña. Algo que me ayudó para que mis fotografías se comenzaran a hacer reconocidas. He hecho expediciones a Groenlandia, en uno de mis viajes por Alaska una ventisca de 10 días me inmovilizó dentro de mi tienda de campaña, también he acampado entre osos polares, y no por decisión propia, a 79 grados al norte de Svalbard, en busca de escenarios por descubrir.


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No es la primera vez

Me he arriesgado mucho, pero también he montado en bici sobre la nieve en muchos lugares, de nuevo, no por elección propia. La nieve es uno de esos desafíos que vienen como parte de las expediciones en bici si la llevas a lugares cada vez más remotos y altos. Miré a través de una tormenta de nieve mientras exploraba el sendero más austral del mundo (en una isla frente a Tierra del Fuego) y deslicé mis ruedas por una capa de nieve a 4.000 metros en el remoto y aislado Corredor Wakhan de Afganistán. Pero en esos viajes la nieve es un imprevisto que tienes que afrontar para ir de A a B, no es algo que buscas. Pero aquí, en un invierno alpino, no tienes que ir a buscar nieve, la nieve te busca a ti.

El mundo al revés

Diciembre pasa y con ello llega más incertidumbre por el covid-19 y más nieve. Los centros turísticos permanecen cerrados y mi sendero local, llamado 3D, es golpeado por otros treinta centímetros de nieve fresca. Con el mundo al revés, necesito montar. Afortunadamente, incluso en días tan nevados, es fácil llegar al 3D: una subida de 30 minutos y 300 metros por una carretera asfaltada hasta en el comienzo del sendero. Con la llegada de la primavera, solo diez minutos más de subida te recompensan con un descenso completo de 500 metros de otro sendero a Servoz, pero hoy, con la nieve fresca colgando pesadamente de cada rama de árbol, la primavera parece estar muy lejos.

Líneas en la nieve
Líneas en la nieve

La nieve en el 3D es profunda y sin comprimir, una señal de que no ha sido pisada por los montañeros con raquetas de nieve, pero que su gracia está escondida en su gran pendiente. Se trata de un sendero sinuoso que desciende por una serie de curvas muy inclinadas que dan inercia para afrontar a las secciones más planas. Un sendero que le da un nuevo significado al dicho de los viejos esquiadores, “empinado y profundo”.

Pasos técnicos sobre la nieve

Nos sumergimos en él y directamente a la zona más inclinada donde sobresale un afloramiento rocoso que solo tiene una línea que seguir. Me equivoco, mi rueda delantera desliza y se va demasiado por fuera, haciendo que la bici no encare de forma adecuada este salto comprometido. Paro. Vuelvo a colocar la bici y lo intento de nuevo. Es la primera vez que tengo que volver a hacer esta zona, pero montar en la nieve ofrece muchas oportunidades para unas cuantas “primeras veces”. Quince minutos de locura deslizándonos sobre la nieve hasta llegar al final del descenso, mientras nos reímos como niños traviesos. Sentimos como si hubiéramos cazado de manera furtiva algo prohibido.

Más metros de nieve

Enero comienza con su ciclo de tormentas, cada una dejando atrás otro metro de nieve en la montaña. Mi furgoneta ha sido enterrada por el quitanieves del pueblo (me tocó una hora de palear para poder sacarla) y mi jardín está decorado con huellas de ciervos. Subo a la montaña con mi tabla de splitboard un par de veces y aprecio el entrenamiento de dos horas de subida y las vistas sobre el valle somnoliento, pero la emoción de los descensos palidece en comparación con la adicción que estoy desarrollando por los neumáticos cubiertos de nieve.

Líneas en la nieve
Líneas en la nieve

A medida que la nieve se hace cada vez más profunda, esta nos va empujando a nosotros hacia los senderos más bajos de Servoz. Ubicada a 800 metros en una colina soleada orientada hacia el sur, los inviernos de Servoz son unos dos meses más cortos que los del inclinado y sombrío valle de Chamonix, solo doscientos metros más alto. Nuestro objetivo en Servoz es un sendero llamado Los Tres Goulies, al que llegamos después de otra subida fácil de asfalto. La popularidad del sendero entre los excursionistas que pasan con sus raquetas de nieve significa que el terreno compacto es perfecto, como la superficie de un pump track, siempre y cuando mantengas la rueda en la línea marcada...

Igual pero diferente

En su parte más baja, debido a la lluvia, el calor del sol y el congelamiento nocturno, la estructura de la nieve cambia regularmente. Los Tres Goulies se convierte en nuestra “ruta de cabecera” hasta finales de enero y cada vez que nos lanzamos por él nos encontramos un conjunto diferente de desafíos que dominar. “Piensa en lo que esto está haciendo para mejorar nuestras habilidades encima de la bici”, grita Jez, rozando mi neumático trasero.
Bajamos este sendero cuando está crujiente, alucinados con su agarre desproporcionado, y también cuando está blando, cuando lo impredecible de la nieve desata una avalancha de risas durante nuestros intentos de mantener las ruedas delanteras por su sitio en las curvas más cerradas. Y empujamos las bicis en las pendientes más cortas e inclinadas, para dejarnos llevar a continuación por un sendero tan suave que parece haber sido planchado. La primavera hará que este sendero, como en muchos otros aquí, regrese a su condición habitual, lleno de raíces intermitentes. Un sendero que es un mundo totalmente diferente cuando no tiene nieve.

Nos detenemos muchas veces durante algunos de nuestros descensos. A veces simplemente para contemplar la vista de una de las tres lagunas heladas que dan nombre a los Tres Goulies. A veces, simplemente, para levantarnos de la nieve después de encontrarnos con otra sección de sendero con esos peraltes raros... Pero como cualquier forma de arte, montar en la nieve tiene que ver con la libertad de expresión, ¿no?

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